Homilía predicada por el P. Carlos M. Buela, V.E., el día 16 de abril del 2000, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor.
Tres exclamaciones y tres signos parecen dominar el misterio de Semana Santa, el misterio pascual, como una especie de música de fondo.
I
La primera es en este Domingo: ¡Hosanna!, ¡Hosanna!, ¡Hosanna!, que gritó la multitud enardecida al paso de Jesús montado en el burrito, rumbo a la ciudad de Jerusalén. Hosanna es una aclamación de júbilo que viene de la palabra hebrea hoshia na, que significa sálvanos, a través del latín hosanna. (Todos los días la pronunciamos dos veces en el Sanctus de la Misa: Hosanna en el cielo).
¡Hosanna! es la música de fondo de este Domingo de Ramos. Los Evangelistas narran, por ejemplo, San Mateo: “La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. «¿Quién es éste?» decían. (21, 8-10); y San Marcos dice: “Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (11, 9-10); pero, como ocurre muchas veces, es San Juan el que precisa: “…tomaron los ramos de las palmeras y salieron a su encuentro y gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel” (19, 13). De aquí toma nombre este Domingo.
Y, ¿por qué ramos y no ramas? Porque la palmera no tiene ramas, sino ramos (propiamente son hojas que se llaman palmas), que son como ramas de segundo orden, o también, ramas cortadas del árbol (como los ramos de olivos). La palmera (en heb. tamar; gr. phoenix; lat. palma) es un árbol de la familia de las palmas, de las que hay más de 2.600 especies conocidas, que puede crecer hasta más de 20 m. de altura, con tronco áspero, cilíndrico… copa sin ramas y formada por las hojas que son pecioladas, de tres o cuatro metros de largo, con el nervio central recio, leñoso, de sección triangular y partidas en muchas lacinias, duras, correosas, puntiagudas, de unos 40 centímetros de largo y dos de ancho… A Jericó, se la conoce en la Biblia como “la ciudad de las Palmeras” (cfr. Deut 34, 3; Juec 1, 16; 3, 13; etc.)
Dice un poeta hablando de las palmeras: “«Molinos verdes, molinos vegetales». Rosa de los vientos de la Fama, sus verdes agujas están ahí, desde el principio de los siglos, sobre los esbeltos troncos cimbreantes, plegándose a todas las arbitrariedades de la gloria. Por su inviolada gracia separada del suelo, por su fácil inclinarse reverentemente, por su tendencia sumisa a curvarse en dosel, el mundo se fijó inmemorialmente en la hoja de la palmera para cargarla de enfáticas significaciones triunfales. Y por eso ella, insolente y presumida, consciente de su glorioso simbolismo, se abre, en estrella, sobre su altura inaccesible, como diciendo irónicamente que la gloria hoy sopla hacia acá y mañana hacia allá, en arbitraria rueda divergente”.
Aquel día de Ramos en Jerusalén, la Gloria triunfal sopló hacia Oriente, por donde Jesús venía en su pollina. Como hacía siglos había soplado hacia Judas Macabeo, que, victorioso y salpicado de sangre, entró en Jerusalén, «entre gritos de júbilo y ramos de palma, al son de la citara y de los címbalos» (1 Mac. 13, 51); como sopló otro día hacia Vespasiano, cuando, entre palmas, según Flavio Josefo, entró vencedor en Roma; o hacia Tito, cuando entró, pisando palmas, en Antioquía.
Así, sin fijeza ni seriedad, cumplía el signo de la Fama humana, su destino incongruente y arbitrario de señalar todos los cuadrantes del viento: hoy, un tirano, mañana, un general; pasado, un profeta. Historia poco lúcida de las palmas triunfales de los hombres: un día, adulación al vencedor, otro día, consolidación del despojo; otro, vanidad de oro mustio bordado en el académico de uniforme.
Pero un día las palmas se tendieron, como alfombra, a la entrada de Jerusalén, al paso de Jesús. ¿Fue aquella una hora para Jesús de júbilo y victoria? Yo creo más bien que allí empezó Jesús su Pasión, en las reconditeces de su pecho. Porque Él tenía que oír las sílabas trágicas del «Quita» y del «Crucifícale»1 , mudamente enlazadas en las sílabas jubilosas del «Hosanna»…”2 .
“Las palmas reciben también la salpicadura del rojo bautismo e invierten su sentido. De signos ruidosos de la victoria visible y el triunfo material pasan a ser signos puros de las victorias internas, calladas y paradójicas, que tienen ante el mundo cara de derrotas: el martirio y la virginidad. El tipo de mártir parece, ante los ojos, el extremo humano opuesto al tipo del vencedor que agasajaban las antiguas palmas triunfales: el mártir es el vencido, el escupido, el humillado, el quemado en parrillas. La virgen también parece, ante los ojos, la inversión de todo ruidoso triunfo vital: la virgen es la abandonada, la olvidada, la silenciosa, la despreciada de todo un mundo antiguo lleno de cultos de cosecha y de maternidad. Pero Jesús había venido a invertir las cosas. Él, muriendo, vence a la Muerte; Él reina con cetro de caña. Justo es, pues, que, ya en plena paradoja, las palmas ruidosas de Tito y Vespasiano pasen a las manos del achicharrado en las parrillas o a la escondida en el claustro: las manos de los derrotados, que eran, por dentro, vencedores”3 . Por eso decimos que alcanzaron la palma del martirio y la palma de la virginidad.
“Por eso Jesús sobre su pollina, avanzaría, un poco triste, por el camino que baja del Monte de los Olivos, y entró en Jerusalén orlado, aquella tarde, de palmas en delirio. Porque Él sabía que las palmas del mundo, sobre la copa de la palmera, son una estrella redonda y divergente, perplejidad vegetal, que parece interrogar al viento: ¿Por aquí? ¿Por allí? (ya que suelen mecerse como juguetes del viento). Y Él soñaba con las legiones de sus mártires, de sus vírgenes, que, naciendo del pie de la Cruz como ríos de abnegación y sacrificio, habían de cruzar los siglos de la historia con un temblor de palmas en las manos; pero de palmas altas, erectas, verticales, con una firme y única dirección hacia el cielo: por aquí, por aquí… La eterna perplejidad de la palmera ha quedado resuelta y contestada”4…por el testimonio de miles y miles de vírgenes y por el testimonio de miles y miles de mártires, a través de estos dos mil años de cristianismo.
II
La segunda exclamación es en el Viernes: ¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!, repetida en dos ocasiones (cfr. Mt 27, 22.23; Mc 15, 13.14; Lc 23, 21.23; Jn 19, 6.15) …ya no hay signos de gloria y triunfo como las palmas del Domingo anterior. Hay un gran signo de dolor y duelo. Hay un funeral cósmico, porque muere en una Cruz, crucifijo, el Hijo de Dios vivo: “Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, vinieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona” (Lc 23, 44; cfr. Mt 27, 45; Mc 15, 33). “En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; y tembló la tierra y las rocas se hendieron” (Mt 27, 51).
Dice el poeta: “Pero ahora, en el momento de morir Cristo y de consumarse su obra redentora, parece que hay como una última sacudida fuerte del estilo, ya expirante, de la Vieja Ley; como una última apelación a la Naturaleza terrible y tonante del Sinaí…
Tres años de parábolas dulces no pudieron en Pedro lo que pudo en el centurión un minuto de tinieblas teatrales. El mundo que había querido un Mesías ostentoso y poderoso, exigía ahora una gran metáfora cósmica de la muerte de un Dios. Quería un Dios que muriese entre eclipses y terremotos. ¡Como si no fuera mas auténtico certificado de divinidad el perdón de sus verdugos!
Jesús insiste en los puros signos espirituales del vino, el agua y el pan. Sólo al final, como un desesperado arranque de dureza carnal de los hombres, llegan los vistosos signos cósmicos y sinaíticos: el eclipse y el terremoto”5 .
“Pero los hombres, duros y tercos, se empeñan en no oír este silbo suave de la Ley de Amor, y Dios tiene que sacudir de vez en cuando sus entendederas con guerras, revoluciones y persecución, para que los hombres, como el centurión, crean en Él «cuando vean el terremoto». El mundo actual sabe algo de eso… Hombres locos, hombres locos, ¿por qué no evitáis el terremoto y las tinieblas, tomando partido a tiempo por el agua, el vino y el pan?”6 .
III
La tercera exclamación resonó el Domingo de Pascua: “¡Resucitó. No está aquí!”, “¡Resucitó. No está aquí!”, “¡Resucitó. No está aquí!” (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 6; Lc 24, 6). Desde hace 2.000 años hay un sepulcro vacío. ¡Juan Pablo II –como Pedro en Pascua- estuvo allí! ¡Estuvo allí! ¡Hace apenas unos 20 días…lo vió todo el mundo!
IV
En esta Semana mayor de los cristianos sepamos escuchar la triple exclamación y sepamos ver la elocuencia inaudita de los ramos de palma, de las tinieblas y del sepulcro vacío. Y sobre todo, aprendamos a descubrir su profundo contenido capaz de iluminar toda nuestra vida y convertirnos en sal de la tierra y en luz del mundo.
María escuchó las exclamaciones.
María vió los claros signos.
María los descifró mejor que nadie.
NOTAS
1 Cfr. Jn 19, 15.
2 José María Pemán, La Pasión según Pemán, Edibesa, Madrid, 1997, pp. 56-57.
3 Ibídem, p.58.
4 Ibídem, paréntesis nuestro.
5 Ibídem, pp.70-71.
6 Ibídem, p. 72.