Homilía predicada en la solemnidad de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, de Roma, en la Basílica Papal, para varios miembros de nuestra Tercera Orden Secular.
Me pareció que podía ser interesante e ilustrativo para todos el considerar la realidad actual, lo que estamos viviendo en el mundo y en la Iglesia, porque muchas veces nos olvidamos de que estamos viviendo en esta hora de la historia del mundo un enfrentamiento que no es una cosa meramente local sino que es un enfrentamiento planetario. Como en todas las épocas de la historia de la Iglesia, siempre se ha dado ese enfrentamiento, tal que en algunas épocas ese enfrentamiento alcanza ribetes más dramáticos, más exigentes para el cristiano. Finalmente no es otra cosa que el enfrentamiento de Cristo con el Anticristo. Y por eso debemos recordar que así como Jesucristo fue signo de contradicción, así cada bautizado, en las distintas etapas de la historia, también es signo de contradicción. Más aun, debe ser signo de contradicción. Y no solamente porque tengamos que luchar contra las incomprensiones, que también las hay, pero en el fondo no deja de ser una visión ingenua: el enemigo nos conoce muy bien. No es que no nos comprende. Nos comprende muy bien, y entonces por eso es que busca, si no puede destruirnos porque está el poder de Dios de por medio, por lo menos anularnos o debilitarnos.
En el fondo pienso que el fenómeno actual que de manera especial estamos viendo desde hace tiempo en la Iglesia y en el mundo, es la pretensión de hacer una religión distinta de la religión querida por Jesucristo. Es una pretensión más que secular y que hunde sus raíces en gran cantidad de los llamados «pensadores modernos». Estamos frente a un intento de hacer otra religión, distinta de la enseñada por Nuestro Señor Jesucristo, distinta de aquella por la cual han dado su vida tantos mártires en todos los siglos de la historia de la Iglesia, y de manera particular en este siglo.
Pensando en cómo poder expresar esto, me vino una idea: es una religión con «rimmel»[1], es una religión maquillada donde se busca justamente quitar lo que es central en nuestra religión, que es la cruz. Se busca disfrazarla, se busca ocultarla, se busca quitar lo que son esas aristas que necesariamente tiene el mensaje revelado y por la cual los hombres que se buscan a sí mismos no quieren aceptar la divina revelación. Entonces hemos de conocer dificultades y muchas más, porque nosotros proponemos, y es nuestra intención, un cristianismo sin rimmel, sin maquillaje, tal como lo quiso Nuestro Señor. Este intento, por cierto satánico, en última instancia, y aun más, luciferino de hacer una religión esencialmente distinta de la querida por Jesucristo es obra de lo que se conoce técnicamente, teológicamente, con el nombre de «gnosis». Esa gnosis es muy cambiante y tiene distintas manifestaciones, incluso distintas expresiones, pero en el fondo siempre expresa de una u otra manera la falta de fe en determinados misterios de nuestra santa religión.
El primer misterio que cualifica esencialmente a la gnosis actual es el no entender que Dios ha creado el mundo de la nada. No porque lo haya sacado de la nada, porque la nada, nada es, en la nada no estaba. No porque lo haya sacado de sí mismo, sino que fuera de sí; Dios porque quiere crea y ese hecho, ese acto soberano, magníficamente soberano de Dios de crear el cielo y la tierra y de crear lo que ellos contienen, de manera especial de crearnos a nosotros a su imagen y semejanza, es lo que marca justamente la diferencia esencial entre Dios y nosotros, de tal manera que nosotros siempre seremos mendigos, siempre seremos indigentes, siempre seremos necesitados de Dios para poder alcanzar nuestra plenitud como seres humanos. En los sistemas gnósticos, de una manera o de otra, el hombre y Dios son como la misma cosa. De ahí entonces la falta de respeto por el ser supremo: si yo soy Dios… «Dios» es un pobre tipo. Y por eso la falta de sentido de lo sagrado, y por eso las misas convertidas en un «show» o en un «happening», porque no es rendirle culto al Ser supremo, aquel del cual sí somos imagen y semejanza, pero a una distancia infinita, porque entre el ser de Dios y el ser de las criaturas hay una fractura, hay un corte, y un corte sustancial, porque sólo Él es el ser, nosotros participamos del ser de Dios y participamos a una distancia infinita. Sólo Él es Dios.
Cuando uno entra de una u otra manera en esta gnosis, no es necesaria la Encarnación del Verbo y ésta es la segunda cosa que es característica de la gnosis. Si en mí hay algo divino, una especie de carozo divino, lo que tengo que hacer es descubrir ese carozo, no necesito un redentor. No necesito que todo un Dios venga a salvarme. Por eso, aun los protestantes, Melanchton por ejemplo, decía: «¡qué me interesa que en Cristo haya dos naturalezas!». No le interesa la encarnación. La encarnación es una cosa finalmente accidental, aun en el caso como los protestantes de esa cepa; Melanchton era contemporáneo de Lutero. No les interesa porque en el fondo están llevados de ese pensamiento gnóstico: en mí hay algo divino, por tanto no necesito nada fuera de mí. Se ve aun con más claridad, si cabe, respecto de la Redención. No es necesario un Salvador. Por qué voy a necesitar un salvador si en mí está la fuerza necesaria como para salir de mis pecados, como para continuar el camino hacia Dios, que en el fondo es el camino hacia mí, porque me identifico con Dios. Esto que digo así es lo que según algunos está destruyendo rápidamente, por ejemplo en Francia, a los religiosos, a las vocaciones sacerdotales… Hay un autor francés[2] que incluso habla de que en la actualidad la gnosis se presenta en concreto en seis variables que confluyen lamentablemente en algunos de los teólogos más promocionados hoy en día. Y él lo dice de esta manera:
«La fe en los límites de la sola razón». Y esto es el racionalismo y es el fideísmo.
«La fe en los límites de la subjetividad». Todo es lo que el hombre piensa, de tal manera que el hombre está convencido de que él con su cabeza es el creador de todas las cosas. Es el creador de la ley que lo tiene que regir, y por eso la humanidad está como está.
«La fe en los límites de lo existencial».
«La fe en los límites de la historia».
«La fe en los límites de la utilidad social».
«La fe en los límites de la antropología».
Se ve hoy en día de manera eminente en el mismo obrar del hombre. Son formas de gnosticismo lo que estamos viendo. Los ataques contra el matrimonio y contra la familia. Los ataques masivos, de alguna manera, que se quieren hacer contra la vida que recién comienza, contra la indisolubilidad del matrimonio, contra la santidad de la familia, y contra los claros principios, no solamente de la moral cristiana, sino incluso de la misma moral natural. Y por eso han sido necesarios los documentos del Papa sobre la moral, como «Veritatis Splendor» y «Evangelium vitae». Y no hace falta tampoco demasiado para darse cuenta de esto que estamos viviendo y de este enfrentamiento en el cual no hay tregua ni se puede pedir cuartel, basta prender la televisión: ven lo que es, por ejemplo, el programa de Mauro Viale. Eso es una bolsa de gatos, es un fiel reflejo de lo que es la humanidad gnóstica, donde no hay verdad, donde cualquiera puede decir lo que se le ocurre, con gritos, con escupidas, con trompadas, con patadas, constituyendo un fiel reflejo de lo que está pasando en la realidad. Es la humanidad que se ha vuelto loca. Y se ha vuelto loca, en última instancia, porque no quiere aceptar en plenitud al único que puede salvar al hombre, que es Jesucristo Nuestro Señor. Por eso decía que no es un simple malentendido lo que podemos ver; no es que algunos señores periodistas ignoren, sino que hay una clara intención en mucha gente de hacer daño. Porque están en contra de Aquel que tiene el solo nombre por el cual el hombre será salvado.
En este día en que celebramos la Solemnidad de la Dedicación de la Catedral del Papa, de la Basílica de San Juan de Letrán, pidamos a Dios Nuestro Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de entender que solamente a Pedro, y en la persona de Pedro a todos sus sucesores, prometió Nuestro Señor edificar la Iglesia y darle el carisma para que confirme en la fe a nosotros, sus hermanos. Que por tanto esa fidelidad a Pedro sea lo que nos permita avanzar por este mar proceloso de la vida, que nos permita distinguir la verdad del error, y nos permita adherir con todas nuestras fuerzas a la verdad, porque sólo la Verdad nos hará libres.