1. La vida de Cristo: un sacrificio continuo
Toda la vida de Cristo fue un continuo sacrificio y un continuo ofrecimiento sacerdotal: Entonces dije: ¡He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Heb 10, 7).
Pero su vida, aunque se compone de diversas acciones parciales, en lo que tiene de mérito y de satisfacción, hay que considerarla como un acto total único que encuentra su realización en la Pasión.
Sólo la Pasión -enriquecida por toda su vida anterior, que condensa y recapitula-, es la que realiza la Redención.
Ro 3, 25: A quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente.
Ro 5, 10: Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!
Somos sacerdotes para perpetuar la obra de la Redención realizada sobre el ara de la cruz.
El sacrificio de Cristo, el único sacrificio de Cristo cruento de la cruz, se anticipa y se deriva o aplica:
a) Por anticipación:
– En figura. Los sacrificios del A.T. fueron figura del sacrificio de Cristo, así como los sacerdotes del A.T. fueron figura de Cristo.
– En la realidad sacramental incruenta: la Cena.
b) Por derivación: en la realidad sacramental de la Misa.
Nos formamos para ofrecer el único sacrificio de Cristo pero que debe llegar a cada generación y a toda la serie de sucesivas generaciones que se suceden y sucederán en el mundo.
2. La visión de los Santos Padres y otros[1]
Los Santos Padres vieron magistralmente esta realidad.
San Cipriano: «El sacrificio que ofrecemos (la Misa) es la Pasión del Señor».[2]
San Cirilo de Jerusalén: «En la Misa “se ofrece” por nuestros pecados a Cristo inmolado» (en la Pasión).[3]
Dice San Juan Crisóstomo: «Una es la hostia, no muchas… porque una sola vez ha sido inmolado… siempre ofrecemos el mismo… De otra suerte, ¿por la razón de que sea ofrecido en muchos lugares son muchos Cristos? De ningún modo, sino que uno es Cristo en todas partes, que está aquí y allí todo entero, uno solo es su cuerpo. Del mismo modo que ofrecido en muchos sitios es un Solo cuerpo y no muchos cuerpos, así es una sola hostia… No hacemos otro sacrificio, sino siempre el mismo».[4]
Sofronio: «La misma sangre y agua (que hizo brotar el soldado del costado de Cristo) es la que ofrece el sacerdote en el sacrificio por el pueblo».[5]
Nicolás Cavasilas: «Del mismo modo que uno es el cuerpo de Cristo, así una es la inmolación del cuerpo».[6]
San Ambrosio: «Orando anunciamos su muerte; ofreciendo su muerte, la predicamos».[7]
San Agustín: «Él es el sacerdote, puesto que ofrece, pero es también oblación, y ha querido Él que el Sacrificio cotidiano de la Iglesia (la Misa) fuese signo de esta realidad».[8]
Gaudencio Brixiniano: «Ofrecemos los trabajos de la pasión de Cristo».[9]
Fausto Regense: «Era necesario que también existiese una perpetua oblación de la Redención, y aquella Víctima viviese en la memoria y estuviese siempre presente en la gracia. Hostia verdadera, única y perfecta».[10]
San Gregorio Magno: «Cuantas veces le ofrecemos la hostia de su Pasión, otras tantas establecemos su Pasión para nuestra salvación».[11]
San Isidoro: «Solamente se ofrece a Dios el sacrificio de la Pasión del Señor».[12]
Nunca debemos perder de vista esta realidad. Para esto debemos esforzarnos en estudiar filosofía y teología. Para defender «el misterio de la fe». Para saber qué inmolamos y qué oblamos.
¿Podremos sentirnos frustrados si sabemos que perpetuamos el sacrificio de la cruz y que cada día lo ofrecemos?
¿Nuestra vida de seminaristas y de sacerdotes será triste, opaca, sin fuego, si nos dejamos incendiar con el fuego del altar? Y el Angel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra (Ap 8, 5).
¿Qué más nos hace falta? Si anunciamos su muerte,[13] ¿acaso no lo tenemos todo?
[1] Cit. Por D. Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía (Madrid 1951); y por Nicolás O. Derisi, La constitución esencial del Sacrificio de la Misa, Tesis doctoral (Buenos Aires 1930).
[2] Epis., 63.
[3] In salm., 38.
[4] Hom. In epist ad Hebreum, 17.
[5] Comment. Liturg. 8 M.G. 87 ter., col. 3988-3989.
[6] Liturg. Expositio c. 32 M.G. 150, col. 440-441.
[7] De excessu fratris sui satyri.
[8] De civitate Dei, 10, 20.
[9] Sermo XIX, M.L. 20, col. 989.
[10] Homilía de corp. et sanguin. Christ. M.L. 30, col. 271-272.
[11] Dial. 4, 58. M.L. 77, col. 425.
[12] Quaest. In V. T. In Lib. Jud. C. III, n. 4. M.L. 83, col. 382.
[13] Cfr. 1Cor 11, 26.