Los esposos Juan Furlán y María Teresa Cunietti de Furlán, cuando todavía eran novios, aproximadamente en el año 1965, 3 años antes de su casamiento, que se realizó en el año 1968, recibieron de regalo unas botellas de vino casero de un tío de la señora de Furlán, Don Emilio Alba, de origen italiano, quien vivía cerca de la rotonda de Hipólito Irigoyen y Rawson, en San Rafael (Mendoza). Es de notar que un yerno de Don Emilio le hacía el vino casero a nuestro querido amigo, Mons. León Kruk. Don Emilio trabajaba la viña y le gustaba hacer, como era costumbre generalizada entonces, un poco de vino casero para sí, para la familia y para convidar a los amigos.
Pues bien, cuando el novio, Juan Furlán, probó el vino casero, le gustó mucho y decidió guardar una botella de ese vino, tipo mistela, colocándola en la vitrina de la futura suegra. Vitrina que, una vez casados, pasó a ser de ellos.
Ya casados, querían todos probar aquel vino, los hijos eran aún pequeños, pero Juan Furlán dijo las siguientes palabras: “Este vino no se toca. Será para el primer hijo que se case” y al entrar su hijo al Seminario agregaba: “… o que se ordene sacerdote”.
Una repentina enfermedad se lo llevó de este mundo a don Juan, poco tiempo antes de que su hijo fuese ordenado sacerdote.
Tal es así que este vino quedó allí, en esa vitrina, por unos 32 años, contando los años de novio y los de casados, hasta la primera Misa luego de la ordenación sacerdotal de su hijo, el Padre Juan Esteban Furlán. Allí, después de cenar, en el patio abierto del Oratorio de los padres salesianos, Ceferino Namuncurá, en la ciudad de Mendoza, se abrió la botella con el vino añejo y se brindó con los familiares más íntimos, con los Padres Solari y Cima y conmigo. Y resultó ser un muy rico vino.
En el momento del brindis, la madre le dijo a su hijo sacerdote, Juan Esteban: “Brindo por mí y por tu padre”; él se emocionó ante esas palabras, y la madre agregó: “No te aflijas porque tu padre está bebiendo mejor vino”.
Además, la madre recordó que yo le había dicho las siguientes palabras: “¡Cómo un padre se ha ingeniado para estar presente en la ordenación de su hijo!”. Entonces, le manifesté la intención de escribir un recordatorio cuyo título podría ser: “Un vino añejo de 32 años”.
Para el día de la fiesta de su primera Misa, martes 9 de diciembre de 1997, cumplirían 29 años de casados. Por lo tanto agregándole los 3 o 4 años de envase, el vino tenía unos 32 años de antigüedad.
La botella vacía, con un resto del viejo corcho adentro, la guardamos como gratísimo recuerdo de un gran padre que no quiso estar ausente en la fiesta de primera Misa de su hijo sacerdote. ¡Todo un ejemplo!