televisión

Influencia de la televisión

Recordemos que los padres son los responsables primeros de la educación de los hijos y que hoy día una de las cosas que más influyen en su formación es la televisión.

        Sobre todo de la realidad argentina, aunque, lamentablemente, es la común en muchas partes del mundo. «Los chicos argentinos miran cuatro horas y veinte minutos de televisión por día en promedio… Al terminar la educación secundaria, un estudiante ha pasado, como mínimo, unas 11.000 horas en el colegio, frente a unas 15.000 horas delante de un televisor y unas 10.500 oyendo música» (1) . La exposición de los chicos crece y se diversifica con la popularización de la computadora, internet, los videos, los videojuegos y los videoclips.

        «La cultura de la imagen, el zapping (2), la navegación y el chateo (3) son opciones vertiginosas, que prometen respuestas rápidas y brindan emociones fuertes. Y conviven cada vez más con una escuela que, en palabras del académico Alfredo van Gelderen, en muchos aspectos ‘se ha quedado en el túnel del tiempo’» (4). La escuela «tiene que formar sentido crítico y criterio estético, y tiene que hacer comprender a los padres los mensajes no morales que reciben sus hijos», advierte van Gelderen (5). «Por eso mismo hay quienes sostienen que, antes que una computadora en cada aula, lo que hace falta es un buen maestro en cada aula, porque de nada sirve formar chicos capaces de navegar en internet si después no saben qué buscar o qué hacer con la información que allí obtienen»(6).

        Sin embargo lo que pasa es lo contrario. No hay control familiar sobre la televisión y el uso de los medios, en general.

a) ¡La mayoría de los chicos ve TV sin control paterno!

        «Menos de la mitad de los padres de familia creen influir de manera decisiva en la conducta de sus hijos, en tanto, una tercera parte estima que la personalidad de los chicos está en manos de la televisión. Además, la mayoría de los chicos admitió que sus padres no saben qué programas miran» (7). Así lo demuestran las estadísticas resultantes de un estudio sobre «420 padres, 60 productores de televisión y 184 niños seleccionados de 15 colegios de diferente nivel»…«muestran que el 30% mira televisión solo, el 25% lo hace en compañía de sus hermanos y el 46 % junto con sus padres» (8). «A la pregunta ‘¿A quién creen más los chicos?’, sólo el 38% respondió que creen a los padres, mientras que el 26% menciona la TV» (9). Además, el 75% de los chicos quiere parecerse a alguien de la TV. Un 33%, por su aspecto físico.

        Ante la pregunta de una profesora a sus niños de qué animal o qué cosa les gustaría ser y por qué, un muchachito ha respondido que a él le gustaría ser televisor. ¿Por qué? «Porque así sus padres lo mirarían más, lo cuidarían mejor, lo escucharían con mayor atención, mandarían que los demás se callasen cuando él estuviera hablando y no lo enviarían a la cama a medio juego, lo mismo que ellos nunca se acuestan a media película» (10).

b) Jóvenes de 16 años.

        Al cumplir 16 años un adolescente ha visto 22.464 horas televisión y 13.440 ha estado en el colegio. En las 22.464 horas de televisión, el joven ha visto «150.508 acciones violentas, 17.520 homicidios y 250.000 anuncios de televisión» (11). ¿Qué puede salir de esas cabezas? Los jóvenes y «los niños matan, violan y roban a imagen y semejanza de lo que ven por televisión» (12).

c) “Medio millón de niños ve TV prohibida” después de las 22 hs (13).

        Casi medio millón de chicos de entre 6 y 12 años en el área de la ciudad de Buenos Aires miran la TV después de las 22, hora en la que finaliza la protección al menor. A partir de las 23, aunque esa cifra se reduce a la mitad, las mediciones demuestran que unos 250.000 chicos de esa edad permanecen frente a la pantalla hasta medianoche.

        Estos niños han sido bautizados como “Generación Y”, una segmentación posterior a la difundida “Generación X”. Los valores que adoptó la “Generación X” fueron la autenticidad, la diversidad y el globalismo; e incluye a los chicos y jóvenes de mediados de los años 80 y principios de los 90, que estimaron el impacto de lo distinto, tomaron la espiritualidad de las culturas no occidentales y adoptaron, por ejemplo, la medicina alternativa.

        Este perfil de la “Generación X” persiste en la nueva “Generación Y” (14) de fines de los años 90. Pero, además, esta camada de fin de siglo le suma otros valores: la importancia de la conectividad (internet), la revalorización del conocimiento (lo asocian con el poder) y la confianza en sí mismos (basada en la libre elección). Para cumplir con este mandato generacional, estos chicos cuentan con inteligencia, independencia, capacidad de recibir mensajes complejos y manejo de tecnología.

        En los Estados Unidos, un estudio explica que los determinantes de la “Generación Y” son: los 16 millones de chicos que navegaban en internet en 1998, el hecho de que el 54% de los niños tiene un televisor en su cuarto, la emergencia de la sociedad de la información y la crisis de la familia 15 millones de madres solteras y 80 millones de personas que combinan hijos de más de un matrimonio). Esta “Generación Y” está integrada por chicos que no dejan de tener las características propias de la etapa de la niñez, pero que son más autónomos, más sofisticados y revalorizan el conocimiento (15).

        Lamentablemente, tampoco se cuida a los niños en la Argentina. El Comité Federal de Radiodifusión informó que «en 1998 se realizaron 23.357 observaciones a la radio y al la TV abierta y por cable… 4487 casos fueron por falta de cumplimiento del horario de protección al menor» (16).

        «Los cambios generacionales y tecnológicos se encuentran estrechamente relacionados. Cada dispositivo tecnológico (desde la escritura y el libro hasta la televisión y la computadora) propone una jerarquía de sentidos, formas de pensar y percibir el mundo».

        Hay tres transformaciones que condicionan fuertemente la relación que los niños establecen con los medios: la escuela, la familia y la crisis de los espacios públicos.

1. La escuela «constituyó el espacio institucional más importante para la formación. La crisis de la escuela pública produce una modificación clave…»

2. «Las transformaciones familiares se encuentran asociadas a los cambios del mundo laboral… (antes) las madres establecían una regulación del tiempo libre de sus hijos, pautando el uso de los medios… así la televisión y la computadora se convierten en ‘niñeras electrónicas gratuitas’. En otras palabras, el problema no es que los niños miren televisión, sino que lo hagan con poca o ninguna intervención de sus padres».

3. A esto se agrega la «crisis decreciente de los espacios públicos donde los niños pasaban una gran parte de su tiempo libre…», problema que algunos llaman “agarofobia”.
Las tecnologías solas «no producen el surgimiento de una nueva cultura generacional, sino que son parte de procesos sociales más complejos. En este caso, son más una consecuencia del cambio que una “causa”. Si el problema no se encuentra sólo en la televisión, las soluciones tampoco» (17).

        Los teleteatros argentinos son un paradigma de la vulgaridad de la TV. Es cómico, si no trágico, lo que se nos cuenta, irónicamente, en un artículo: “Milagros de la TV argentina” (18).

        «Desde la antigüedad, el actor encarna a tantos personajes como le son confiados. La televisión, hoy, ha dado entre nosotros un cambio progresista a las reglas tradicionales del oficio… Ahora se trata de representar a uno, dos o varios personajes a la vez, ante las cámaras de televisión, un adelanto que no merece sino el encomio, por su extrema originalidad.

        En la serie Verano del 98, la abuela de Benjamín, de Clara, de Cony y de Yoko partió a Buenos Aires desde Costa Esperanza, acompañada por su marido: iba a cuidar a una hermana enferma. Al cabo de un tiempo, el marido volvió a Costa Esperanza, solo. Nunca más se dijo nada de la abuela ni de la hermana enferma. Pero el observador perspicaz, que no cubre de infamia la televisión, supo la verdad: la abuela, sin dejar de serlo, se había convertido en madre italianizada de otra serie del mismo canal, Trillizos

        Otra de las criaturas de ficción de Verano del 98, que había tomado los hábitos monjiles y partido al África en misión de asistencia social, pronto reapareció en la Argentina, ya sin hábitos, transformada en la sobrina de un hombre rico y en la nieta de una especie de mecenas de la infancia desvalida cuyo reino es un granero (Chiquititas).

        Pero nada iguala lo sucedido con un tercer personaje de Verano del 98. Bruno Beláustegui muere asesinado, unos días después de casarse, por orden de un exitoso villano. Sin embargo, no muere, como le había ocurrido al instigador un tiempo antes. Alguien lo salva y lo alberga en su casa. Ha quedado desfigurado por el ácido y oculta el rostro detrás de unas vendas que apenas le dejan libres la boca y los ojos. En un primer momento, Bruno era el mismo actor, después fue sustituido. La razón, casi sobrenatural, es muy simple: Bruno Beláustegui, médico, se había convertido en Sergio Acosta, abogado, para enamorar a Milagros (Mili) en la serie Muñeca brava. Todo al mismo tiempo…»

        Otro milagro de la TV argentina atañe a uno «de los grandes asuntos teóricos, el que versa sobre el tiempo: Verano del 98 aparece desde dos años y medio atrás, lo que significa haber multiplicado por diez la duración de esa etapa de sólo tres meses… Ya hoy, sin duda, es el verano más largo de la historia humana, y tal vez de la prehistoria. Y esto, también, no es poco adelanto, desde todo punto de mira».

        «Los medios les muestran y ofrecen a los chicos una realidad con una velocidad tal que no tienen capacidad de analizar, de abstraer, de conceptualizar, y eso les está generando una estructura mental distinta de la nuestra», dice Federico Johansen, rector del colegio Los Robles.

        Su experiencia le demuestra que los estímulos fuertes que vienen de la mano de la explosión mediática tienen como contrapartida chicos que se aburren cada vez más en la escuela y que demuestran una notable falta de vocación para el esfuerzo.

        Johansen trazó el perfil del alumno secundario medio actual, con gran capacidad intelectual, pero desmotivado y con tendencia al menor sacrificio posible, que concurre al colegio por inercia y porque no tiene otra cosa que hacer, dando vida a una realidad que prolifera: la de los ‘secundarios guardería’, que tienen necesidad, más que nunca, de profesores brillantes para lograr atraer la errática atención de estos estudiantes.

        «Antes se ponía en la primera hora al profesor más serio o menos comunicativo, ‘más goma’, como dicen los chicos, pensando que a esa hora todos estaban bien despiertos para prestarle atención. Hoy tenemos que poner al más locuaz, activo y divertido, para que los mantenga atentos, porque si no se duerme», confiesa. «Haría falta un profesor estilo Tinelli. Pero resulta que el Tinelli de la docencia no existe, ni puede existir, porque lo que nosotros tenemos que pedirles a los chicos es esfuerzo. Y eso es lo que ellos no quieren. Hoy, claramente, el problema no pasa por la inteligencia, sino por la falta de voluntad. Hoy no tenemos tecnología para educar la voluntad. Antes se respetaban los horarios de las comidas, de las salidas, de irse a la cama y, aunque hoy puedan parecer ejemplos estúpidos, lo cierto es que eso iba educando el carácter desde la casa. Ahora todo debe ser rápido, como las respuestas mediáticas. Entonces los chicos, cuando tienen hambre, van a la heladera. Antes, tener que esperar la hora de la comida era una forma de educar la voluntad. Antes, a las 10 de la noche los padres te mandaban a la cama y te ibas, te gustara o no. Hoy los chicos ven televisión hasta la 1 o 2 de la madrugada y después duermen toda la mañana arriba del banco, viven tirados, todo les cuesta un terrible esfuerzo».

Giovanni Sartori, autor del libro Homo videns. La sociedad teledirigida, afirma que «antes de proclamar que la privatización mejora las cosas, es bueno tener presente que para los grandes magnates europeos de hoy -los Murdoch o los Berlusconi- el dinero lo es todo, y el interés cívico o cultural es nulo. Y lo irónico es que Berlusconi y Murdoch, en su escalada hacia los desmesurados imperios televisivos, se venden como demócratas». «La TV produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y toda nuestra capacidad de entender». «Si el periódico llega a decir, todos los días, que lo que la televisión hace es estúpido, falso y que no sirve para nada, esto podría mejorar la situación. El diario debe combatir y no seguir a la TV. Debe ridiculizarla, porque el cansancio de la gente existe». «La democracia es, según creo, un gobierno de opinión, y la opinión la da la televisión. Esto es un círculo vicioso donde la opinión depende de la TV, la cual dice que refleja la opinión del pueblo. Pero esto no es cierto, porque la opinión del pueblo es un reflejo de la televisión. La opinión tele-creada termina siendo menos informada y peor informada que antes. Esto puede ser manipulado en forma notable por la televisión, porque ella juega con las emociones de la gente, y la excita para todo uso. (…) El modelo consecuencia de esta opinión pública es una democracia populista plebiscitaria, que se mueve sobre la base de olas emotivas, a menudo dementes». «El crecimiento de las crónicas emotivas y locales perjudica el conocimiento sobre el mundo. Allí se ve la culpa de la televisión. Cuando la influencia de la TV no existía, los diarios contenían más información del mundo». «Si las madres se convencen de que la televisión hace mal a los chicos, entonces allí pueden tener más cuidado. Si yo fuera el doctor Spock escribiría un libro para explicar que la TV puede hacer a un niño tan malvado y violento como para matar a su madre. Bastaría para convencerla. El chico no puede aprender a conocer el mundo por imágenes si antes no aprendió a leer». «En el video-niño no se desarrolla nada, menos un sentido crítico. De un niño idiota surge un adulto idiota. Con esa paideia no hay posibilidades. Hay que regresar a la educación que contribuye a desarrollar el pensamiento abstracto, porque el sentido crítico depende de él». «Cuando Nicholas Negroponte hace sonar la trompeta para anunciar que el mundo digital es grandioso, de infinitas posibilidades y de infinitas libertades, estas son tonterías graves. El hombre es un burro nunca visto» (20). «Quienes hacen la televisión son analfabetos» (21).

Costantin Costa Gavras, productor de cine: «Me impresiona la vulgaridad de la TV». «La locura delrating, esa carrera en la que más de uno necesita desembarazarse de la mochila de la ética para llegar más rápido». «La TV no es más que un objeto y el problema no está en los objetos, sino en los hombres y en lo que ellos hacen con esa herramienta (…) que puede ser buena pero también diabólica. «Para atraer al público, a menudo se utilizan los medios más bajos, más vulgares (…) La vulgaridad es aún peor que la violencia. (…) Es más fácil de imitar». «Creo que, actualmente, terminamos pareciéndonos a lo que miramos. Cuanta más vulgaridad haya en la tele, más vulgares seremos todos»(22).

Jesús Quintero, notable periodista sevillano, hizo un impactante análisis sobre la mediocre pantalla actual: «La TV está llena de bufones… En la Argentina sólo estoy oyendo hablar de rating. ¡Y a mí qué me importa eso! Yo no hago televisión para zapping. Yo sé, por los años que llevo en la televisión, cuáles son los recursos para tener más rating. Pero no es honrado que nos transformemos en vulgares mercaderes». «Yo no suelo analizar la política. Una vez, un periodista le preguntó a Kissinger, 5 días antes de derrumbarse el Muro de Berlín, si había alguna posibilidad de que el Muro cayera, y Kissinger respondió que el Muro iba a permanecer todo el tiempo del mundo. A la semana, ese periodista llamó a Kissinger para decirle: “¿Qué me dice usted ahora?”, y él le dijo que nunca más iba a hacer un análisis político» (23).

Pedro Simoncini, ex presidente de Telefé, sostiene que «el horario de protección al menor es un excusa dialéctica que los operadores de medios utilizan para justificar todas las cosas inconvenientes que se instalan en la televisión antes y después de esa franja horaria. No es posible evitar que los chicos tengan acceso a contenidos inconvenientes, ni siquiera con el control de los padres ni con el famoso chip electrónico de Clinton. La única manera de evitarlo es que los empresarios no los transmitan y que los anunciantes no los respalden» (24).

Guillermo Jaim Etcheverry, médico, docente e investigador: «Una gran parte de los que hablan desde la pantalla son ignorantes, y ni siquiera saben que lo son» (25).

Alfredo Sáenz, SJ, afirma que: «El imperialismo de la imagen va demoliendo el reino de la palabra y de la inteligencia, con el consiguiente acrecentamiento de la estupidez y de la necedad…
Un aspecto no desdeñable es el influjo de la televisión en el seno de la familia. De hecho, la televisión hace poco menos que imposible la comunicación familiar. (…) El interés se traslada a sucesos o personas lejanas, de modo que el televidente se va convirtiendo en un ciudadano global, ciudadano del mundo, dispuesto a apasionarse por causas totalmente remotas y hasta descabelladas… A principios de 1997, toda Norteamérica se movilizó para salvar a un perro labrador de ser muerto con una inyección… Dicha comunión con lo remoto fomenta a veces el desinterés por las cosas más cercanas, por la propia familia, justamente en una sociedad caracterizada por el desarraigo. El hombre queda reducido a ser pura relación, pero una relación apartada de las religaciones naturales, una relación vacía que comunica vacío» (26) (pp. 63-64).

Alexandr Solzhenitsyn, gran escritor ruso, con su habitual agudeza, dice: «Y nuestra vida cotidiana gris es iluminada por el centelleo azul de las pantallas de televisión, promesa de vida y de cultura, único lazo real entre las personas en un país que cae hecho pedazos. ¿Pero qué nos ofrece que sirva para reconfortarnos y saciar nuestro apetito? Vulgaridad, vulgaridad y aun más vulgaridad. Publicidad seductora que muestra la “vida bella”… ¡y para el 98% de la población es tan real como la vida en Marte! Una sucesión de imágenes confusas y agitadas. “Series” importadas de baja calidad. Sucedáneos del espíritu. Estupideces en las que se asfixia la cultura. El culto de la ganancia y la prostitución. ¡Esos banquetes insensatos donde los afortunados de la capital se muestran ante el país hundido en la miseria, la jactancia de los millonarios! O esas payasadas chillonas de las autofelicitaciones televisadas…

        Ya se sabe: Cuando la carne está podrida, de nada sirve sazonarla. Es para vomitar: el pueblo detesta la “caja”, pero no puede estar sin ella» (27).

        Juan Pablo II advierte con claridad acerca de la nefasta influencia de los medios de comunicación sobre distintos aspectos de la vida:

Sobre las familias: «No raras veces al hombre y a la mujer de hoy día, que están en búsqueda sincera y profunda de una respuesta a los problemas cotidianos y graves de su vida matrimonial y familiar, se les ofrecen perspectivas y propuestas seductoras, pero que en diversa medida comprometen la verdad y la dignidad de la persona humana. Se trata de un ofrecimiento sostenido con frecuencia por una potente y capilar organización de los medios de comunicación social que ponen sutilmente en peligro la libertad y la capacidad de juzgar con objetividad» (28).

        «Viviendo en un mundo así, bajo las presiones derivadas sobre todo de los medios de comunicación social, los fieles no siempre han sabido ni saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar.

        Entre los signos más preocupantes de este fenómeno, los Padres Sinodales han señalado en particular la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a “desposarse en el Señor”; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe vivida, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio” (29).

        «Precisamente por esto la Iglesia sigue con solícita atención las orientaciones de los medios de comunicación social, cuya misión es formar, además de informar, al gran público. Conociendo bien la amplia y profunda incidencia de tales medios, la Iglesia no se cansa de poner en guardia a los operadores de la comunicación de los peligros de manipulación de la verdad. En efecto, ¿qué verdad puede haber en las películas, en los espectáculos, en los programas radiotelevisivos en los que dominan la pornografía y la violencia? ¿Es éste un buen servicio a la verdad sobre el hombre? Son interrogantes que no pueden eludir los operadores de esos instrumentos y los diversos responsables de la elaboración y comercialización de sus productos.

        Gracias a esta reflexión crítica, nuestra civilización, aun teniendo tantos aspectos positivos a nivel material y cultural, debería darse cuenta de que, desde diversos puntos de vista, es una civilización enferma, que produce profundas alteraciones en el hombre. ¿Por qué sucede esto? La razón está en el hecho de que nuestra sociedad se ha alejado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre lo que el hombre y la mujer son como personas. Por consiguiente, no sabe comprender adecuadamente lo que son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el amor responsable al servicio de la paternidad y la maternidad, la auténtica grandeza de la generación y la educación. Entonces, ¿es exagerado afirmar que los medios de comunicación social, si no están orientados según sanos principios éticos, no sirven a la verdad en su dimensión esencial? Éste es, pues, el drama: los instrumentos modernos de comunicación social están sujetos a la tentación de manipular el mensaje, falseando la verdad sobre el hombre. El ser humano no es el que presenta la publicidad y los medios modernos de comunicación social. Es mucho más, como unidad psicofísica, como unidad de alma y cuerpo, como persona. Es mucho más por su vocación al amor, que lo introduce como varón y mujer en la dimensión del “gran misterio”» (30).

Sobre la falta de justicia entre las relaciones de los pueblos: «Los Países subdesarrollados, en vez de transformarse en Naciones autónomas, preocupadas de su propia marcha hacia la justa participación en los bienes y servicios destinados a todos, se convierten en piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco. Esto sucede a menudo en el campo de los medios de comunicación social, los cuales, al estar dirigidos mayormente por centros de la parte Norte del mundo, no siempre tienen en la debida consideración las prioridades y los problemas propios de estos países, ni respetan su fisonomía cultural; a menudo, imponen una visión desviada de la vida y del hombre y así no responden a las exigencias del verdadero desarrollo»31 .

Sobre la pérdida del sentido del pecado y la moralidad: «La pérdida del sentido del pecado es, por lo tanto, una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria. Un modelo de sociedad mutilado o desequilibrado en uno u otro sentido, como es sostenido a menudo por los medios de comunicación, favorece no poco la pérdida progresiva del sentido del pecado» (32).

        «La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, también a causa del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida» (33).

        «La primera provocación proviene de una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos: prevaricaciones de todo tipo, a las que siguen innumerables daños psíquicos y morales para los individuos y las familias» (34).

Sobre su importancia en formar la cultura: «El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola -como suele decirse- en una “aldea global”. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios. Quizás se ha descuidado un poco este areópago: generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristiana, mientras los medios de comunicación social se dejan a la iniciativa de individuos o de pequeños grupos, y entran en la programación pastoral sólo a nivel secundario. El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta “nueva cultura” creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos. Mi predecesor Pablo VI decía que: «la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo»; y el campo de la comunicación actual confirma plenamente este juicio» (35).

Sobre influir a favor de la cultura de la vida: «Grande y grave es la responsabilidad de los responsables de los medios de comunicación social, llamados a trabajar para que la transmisión eficaz de los mensajes contribuya a la cultura de la vida. Deben, por tanto, presentar ejemplos de vida elevados y nobles, dando espacio a testimonios positivos y a veces heroicos de amor al hombre; proponiendo con gran respeto los valores de la sexualidad y del amor, sin enmascarar lo que deshonra y envilece la dignidad del hombre. En la lectura de la realidad, deben negarse a poner de relieve lo que pueda insinuar o acrecentar sentimientos o actitudes de indiferencia, desprecio o rechazo ante la vida. En la escrupulosa fidelidad a la verdad de los hechos, están llamados a conjugar al mismo tiempo la libertad de información, el respeto a cada persona y un sentido profundo de humanidad» (36).

Sobre la manipulación de la opinión pública: «…la manipulación llevada a cabo por los medios de comunicación social, cuando imponen con la fuerza persuasiva de insistentes campañas, modas y corrientes de opinión, sin que sea posible someter a un examen crítico las premisas sobre las que se fundan» (37).

***

        Hace años recordábamos: «La televisión, que por amenazar “los diques saludables con los que la sana educación protege la tierna edad de los hijos” (38), de tal manera destruye que “no se podría imaginar cosa más fatal para las fuerzas espirituales… que puedan sacudir y arruinar para siempre toda una construcción de pureza, de bondad y de sana educación individual y social” (39).

        ¿Habrá algo que exalte más la codicia, la ira, la comodidad, el mundanismo, la venganza, la impureza y la violencia -vicios todos diametralmente opuestos al espíritu de las bienaventuranzas evangélicas-, que la televisión en particular y los medios de comunicación social en general? Hoy, muchos hijos ven y oyen más a la TV que a sus padres. Así saldrán: serán hijos… de la TV» (40).

        En fin, la TV puede usarse para bien: Videos documentales, películas artísticas y moralmente sanas, programas educativos y deportivos, laparoscopia, investigaciones de todo tipo, etc., pero su uso masivo a nivel popular, de manera adictiva y compulsiva, sin criterios de discernimiento, sin adultos que enseñen a discernir críticamente, sólo puede provocar desinformación, contra cultura, vulgaridad y acelera la debacleactual, en especial, en lo que hace a los auténticos valores humanos y cristianos.

Notas

(1) Diario La Nación, 5 de octubre de 1999, p.10.
(2) Del inglés “zap” = borrar; en presente progresivo tiene el sentido de “yo estoy borrando”; es pasar de un canal a otro continuamente.
(3) Delverbo to chat = hablar a través de la Red (Web).
(4) Idem, nota 1.
(5) Idem.
(6) Idem.
(7) Diario La Nación, 3 de agosto de 1999, p. 9.
(8) Idem.
(9) Diario La Nación, 3 de agosto de 1999, p. 9.
(10) Adaptado de José Luis Descalzo, Razones para vivir. Sociedad de Educación. Atenas. Madrid, España; cit. por Nuevas Lecturas, n. 18, p. 38.
(11) Diario La Nación, 5 de octubre de 1999, p. 10.
(12) Diario Uno de Mendoza, 5 de junio de 1997, p. 36, artículo de Vicente Verdu, de El País de Madrid.
(13) Diario La Nación, 27 de junio de 1999, p. 4, sec. 4.
(14) Cfr. Adriana Petra, fuente internet, Revista Tres Puntos; cit. Diario Los Andes, 18 de abril de 1999, sec. 2, p. 3.
(15) Cfr. Diario La Nación, 27 de junio de 1999, sec. 4, p.1.
(16) Idem, nota 12.
(17) Cfr. Alejandro Grimson, para el diario La Nación, 27 de junio de 1999, p. 4, sec. 4. El autor es especialista en Antropología de la Comunicación, docente de la Universidad de Buenos Aires.
(18) Ramiro de Casasbellas, para el diario La Nación, 12 de julio de 1999, p. 15.
(19) Diario La Nación, 5 de octubre de 1999, p. 10.
(20) Diario La Nación, 20 de octubre de 1998, p. 12.
(21) Diario La Nación, 9 de mayo de 1999, sec 7, p. 3.
(22) Diario La Nación, 5 de junio de 1997, sec. 4, p. 3.
(23) Diario Ámbito Financiero, 16 de febrero de 1999, contratapa y p. 16.
(24) Diario La Nación, Enfoques, 12 de septiembre de 1999, p. 3.
(25) Diario La Nación, 10 de septiembre de 2000, p. 17.
(26) Alfredo Sáenz, El hombre moderno, Ediciones Gladius, 1999, p.58.
(27) Alexandr Solzhenitsyn, Rusia bajo los escombros, Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999, pp. 101-102.
(28) Encíclica Familiaris consortio, 4.
(29) Idem, n. 7.
(30) Carta a las familias, 20.
(31) Encíclica Solicitudo rei socialis, 22.
(32) Exhortación apostólica Recontiliatio et paenitentia, 18.
(33) Encíclica Evangelium vitae, 24.
(34) Exhortación apostólica Vita Consacrata, 88.
(35) Encíclica Redemptoris missio, 37.
(36) Encíclica Evangelium vitae, 98.
(37) Encíclica Centesimus annus, 41.
(38) Pío XII, Miranda Prorsus, Colección Encíclicas Pontificias, Editorial Guadalupe, p.2175.
(39) Pío XII, I rapidi progressi, o.c., p. 2176.
(40) Modernos ataques contra la familia, Mikael 1977, n. 15.