María Magdalena

Santa María Magdalena en la Sainte Baume

Santa María Magdalena

Cuenta la tradición que Santa María Magdalena, luego de su conversión y de la Ascensión de nuestro Señor al cielo, se retiró por treinta años a una gruta en una montaña, la Sainte Baume, que queda cerca de Marsella (Francia), donde muchos hemos podido peregrinar. Trajimos como recuerdo una piedra mediana de allí, que en la actualidad integra el altar de la Capilla de Santa María Magdalena del Monasterio contemplativo «Santa Teresa de los Andes» (actualmente capilla de la casa provincial de las “Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará”), en San Rafael. ¡Bendita piedra, testigo mudo de los treinta años de cielo en la tierra de María de Magdala!

Estimo que este sermón hará que conozcamos y amemos más a la Santa, podamos imitar mejor sus ejemplos de virtud y aprendamos más qué cosa es la vida religiosa y especialmente de la religiosa contemplativa.

Seguimos libremente las «Elevaciones» del Cardenal Pierre de Bérulle[1].

  1. ¿Por qué va allí Magdalena?

Porque «Magdalena está en la tierra y Jesús en el cielo. Magdalena abandona Judea, porque su Salvador no está allí. Magdalena no quiere vivir en la tierra, porque en ella no ve a Jesús. Magdalena no puede ir al cielo donde está Él, porque su cuerpo se lo impide. Así está ella; vive, muere suspendida entre el cielo y la tierra, separada de la tierra por su amor, separada del cielo por su impotencia. Pero si su cuerpo  está en la tierra, su espíritu, su amor y su vida están en el cielo, y solamente en el cielo. Si la condición de la naturaleza la tiene atada a su cuerpo y a la tierra, la eminencia de la gracia la eleva por encima de la tierra, por encima de ella misma y por encima de los cielos para unirla con Jesús. Ysi su impotencia la detiene, saca fuerzas de flaqueza y esa impotencia no sirve sino para que su amor la vuelva más poderosa para amar y para elevarla a la sublimidad y primacía del amor que Jesús le prepara y le reserva en el cielo. Su espíritu va tomando vida, fuerza y amor en Jesús; su cuerpo, como un nuevo fénix, se consume día a día en las llamas de un amor poderoso, divino y celestial. […] Pues este amor hace vivir en la muerte y morir en la vida, y en lugar de separar y no unir como hace la muerte, o unir y no separar como la vida, este amor une y separa al mismo

tiempo, lo cual supera toda admiración. Une separando, y así lo hace por treinta años con Magdalena uniéndola a Jesús y separándola de Jesús durante tanto tiempo».

  1. ¿Por qué razón la lleva allí Jesús por treinta años?

«Pero ¿Por qué Señor, esta cifra de treinta años? ¿Por qué tanto destierro para un amor tan grande? Cuando miro a la Magdalena no veo sino a Jesús viviendo en ella y a ella viviendo en Jesús. Por tanto, tengo que buscar en Jesús, y no fuera de Él, la causa de un tiempo tan grande. Esto me lleva a pensar y a decir (y creo que con su guía y bendición) que estos treinta años que Magdalena pasa en la tierra, desconocida para la tierra, están dedicados a honrar y a participar en su espíritu de los treinta años de vida oculta de Jesús […].

Ella participará, interior y espiritualmente, de estos treinta años de la vida del Hijo de Dios cuando vivía más en el cielo que en la tierra, cuando vivía más ante la vista de los ángeles que lo adoraban que ante la vista de los hombres que no merecían conocerlo.

Al conformar a la Magdalena con Él en su vida sobre la tierra, quiere que los años de Magdalena coincidan con los años de su humanidad pasible; quiere que permanezca en la tierra, en gracia y en amor. Un amor precioso y divino, tantos años como Él mismo estuvo en la tierra llevando y ejercitándose en vida divinamente humana y humanamente divina. Como en esta vida ha sobrellevado un destierro y una privación de tantos actos y estados que le eran debidos a su grandeza y gloria, quiere que este mismo estado de tan larga duración, estado de privación tan admirable en una persona divina, sea honrado y acompañado por el estado de exilio y privación que debe soportar un alma tan preciosa y eminente en su amor, tan unida con Él en favores y privilegios y, sin embargo, tan separada de Él a causa de un amor tan grande. Así honra y acompaña la vida oculta de Jesús, desconocido y privado de la dignidad debida a su persona, con una vida desconocida y privada del gozo debido a su amor. Por eso Jesús la lleva a un lugar separado de toda comunicación humana y la conduce a la más profunda soledad».

  1. Espíritu con que Magdalena entra en su desierto

«Éste es el desierto de Magdalena. Entra en él como homenaje a Jesús y a la vida oculta de Jesús. Entra por un mandato divino que quiere retirarla a este lugar para hablarle al corazón (Cfr. Os 2,16). Entra allí guiada por un instinto de amor maravilloso que la arrastra y la conduce más que por un instinto de penitencia. Séame permitido decir, sin disminuir el honor que se debe a tal virtud, que esta feliz penitencia es solamente amor. ¡De tal manera el amor ha tomado posesión tan fuertemente de ella que todo lo que tiene y todo lo que es no es sino amor!

Su penitencia es amor, su desierto es amor, su cruz es amor, su melancolía es amor y su muerte es amor; no veo más que amor y a Jesús en su desierto; vive y vive oculta en Jesús, en la vida oculta de Jesús, en las pruebas secretas de amor de Jesús mucho más aún de lo que vive y se oculta en este desierto. ¡Oh desierto! ¡Oh Magdalena! ¡Oh monte más valioso para la Magdalena que aquel otro en el que San Pedro dijo a Jesús: Hagamos aquí tres tabernáculos, uno para Vos, otro para Moisés y otro para Elías (Mt 17,4)! Pues también en este apartado y elevado monte, al que Jesús atrae y conduce a Magdalena, veo igualmente tres tabernáculos, pero los tres son para Jesús y no para ningún otro; los tres construidos no por la mano del hombre, sino por el Espíritu de Dios; los tres sirven de retiro a Magdalena; santo retiro y santos tabernáculos en los que mora durante tanto tiempo, en los que vive y se oculta, en los que pasa inadvertida para todos, menos para su Amor. Podemos decir que el primer tabernáculo es personalmente el mismo Jesús, pues es su vida y su morada; habita en Él mucho más que su alma habita en su cuerpo y más que su cuerpo habita en el desierto. El segundo es Jesús en su condición de vida oculta y desconocida, pues ella está también oculta, retirada en esta condición. Se adhiere a esta vida y participa de ella de manera preciosa y divina. El tercero es también Jesús, pues Jesús es la morada y el retiro de esta alma y vive en Él, según las diferentes condiciones y estados que Él posee y que se ha dignado comunicarle.

Por eso, el tercer tabernáculo de Magdalena en este monte sagrado es Jesús en la grandeza de su espíritu y su amor, pues el espíritu y el amor de Jesús son algo absolutamente excepcional tanto en el cielo como en la tierra: constituyen un orden y un nombre sagrado que está sobre todo nombre (según San Pablo), ya sea en este siglo o en los siglos venideros. En este santo tabernáculo, Jesús quiere ejercitar a esta alma en las pruebas más secretas del amor y ella soporta incesantemente las operaciones sublimes del espíritu de Jesús, que quiere operar maravillas dignas de sí, en un alma tan pura, tan santa, tan sublime, tan separada de todo y tan unida a Él. Feliz quien conozca a esta alma y penetre en sus pensamientos. Feliz quien participe de sus secretos y más feliz aún que si participara de todos los más grandes y sabios secretos del universo. Feliz quien haya tenido acceso a estos tres tabernáculos y esté dispuesto a penetrar muy dentro en este desierto, en este espíritu y en este santuario».

  1. Santa Magdalena vive y muere de amor

«El hilo de este discurso nos ha conducido, oh Magdalena, a vuestro desierto, pero no puede conducirnos y elevarnos al conocimiento de vuestro amor. Es éste un secreto reservado a vuestro ángel de la guarda y no al hombre; ángel feliz, por asistir a tal alma y a tal amor. Es un secreto que nos revelará el cielo y que ha de ignorar la tierra. Esperando que las luces del cielo nos descubran un día este secreto, tenemos que contentarnos con decir que vivís en un desierto, pero que es un desierto más feliz y delicioso que el paraíso del primer Adán. En él vivís una vida angelical en un espíritu humano, tienes vida celestial en la tierra, una vida seráfica en un cuerpo mortal. En él vivís y morís por amor.

En él no vivís y sufrís más que por amor y un amor celestial. En él, Jesús es vuestra finalidad, vuestro amor, vuestra vida. En él honráis y participáis de esos treinta años con vuestros treinta años; en su vida oculta con vuestra vida oculta; en su destierro con vuestro destierro; en sus privaciones con vuestras privaciones; en su cruz con vuestra cruz interior y divina; en su gloria con vuestro abatimiento a la espera de participar de su gloria y en su gozo. En Él vivís (¿me estará permitido pensarlo y decirlo?), vivís en la tierra de la vida de Jesús, como los santos viven en el cielo de la vida de Dios. En Él lleváis la impresión y la obra de su corazón en vuestro corazón; de su espíritu en vuestro espíritu; de su vida en vuestra vida. Así como el sol imprime su claridad, su esplendor y su luz viva y deslumbradora en un cristal pulido, así Jesús, sol de gloria y de justicia, imprime en vos su vida, su luz, su espíritu. Y no sois más que una pura capacidad de Él, llena de Él y llena de su gracia, de su amor, de su gloria.

Pero este sol está en el cielo y vos seguís en la tierra. Vuestro amor no soporta esta separación y esta situación crea una nueva clase de vida, de amor de cruz en vuestra vida. Pues es necesario vivir y vivir tantos años en esta separación. Y es necesario que viváis muriendo y sufriendo, pues Jesús está en el cielo y vos en este desierto. ¡Oh moradas, oh estados tan distintos! Él está en el cielo y vos en la tierra. Él está gozando y vos sufriendo. Él está en posesión y vos en carencia. Él está a la diestra del Padre y vos a la diestra de la cruz. Él está en un estado conforme con la grandeza de su persona y vos en un estado conforme con la grandeza de vuestro amor, pero un amor que separa, un amor que priva, un amor que consume el espíritu y el cuerpo con el abatimiento vivo; abatimiento que os hace vivir y morir al mismo tiempo. Jesús es el amor y las delicias del cielo y de la tierra; es vuestro amor, oh Magdalena, y os separa de vos y os hace sentir la amargura de esta separación, os la hace sentir en proporción al amor que vos tenéis por Él. Y así, vivís por su amor, pues que su amor es vida; y morís por su amor, porque este amor os separa de Él, que es vuestro amor y vuestra vida. ¡Oh vida! ¡Oh cruz! ¡Oh abatimiento! ¡Oh amor!».

  1. Un amor nuevo crucifica a Magdalena, honrando y amando a Jesús crucificado

«Pero aún descubro otra clase de amor que os atormenta en este desierto, un amor que procede de Jesús. Jesús es en el cielo y en la tierra un manantial vivo de gracia y de amor, de muy diferentes tipos. En el cielo es manantial de un amor de gozo; en la tierra, manantial de amor de sufrimiento. Pero en el amor de sufrimiento hay también muchas clases de amor. Hay un amor que separa; gran parte de vuestra vida en este desierto se ha consumido en la escuela y en el ejercicio de este amor. Hay un amor que crucifica, pues Jesús, en honor de su vida, de su muerte, de sus dolores en la cruz, es manantial de una nueva clase de amor que sumerge al alma en el tormento; y de la misma manera que Jesús en el cielo imprime su gloria, en la tierra imprime su cruz y el espíritu lleva impresa una cruz interior y espiritual para honrar e imitar a Jesús crucificado. Esta clase de amor se reserva a las almas más sobresalientes, igual que en su cruz se mostró el honor más grande y el amor más sobresaliente al eterno Padre.

Magdalena, escogida entre las escogidas, excelente entre las más excelentes, tuvo parte eminente e importantísima en esta clase de amor. Éste es vuestro amor, y en esta clase de amor se ejercita fundamentalmente vuestra alma. Ésta es vuestra vida, oh Magdalena, en este desierto. Pues Jesús es vuestro amor y está crucificado, vuestro amor está crucificado y vos estáis crucificada también. Jesús, que es vuestro amor, es como una impronta divina que se os aplica y se imprime en vos, pero no glorificado, sino crucificado; os imprime sus llagas, que sigue manteniendo en el cielo. Es verdad que estas llagas son ahora gloriosas, pero fueron en otro tiempo doloro sas. Siguen siendo vida y principio de vida en Jesús, pues estas llagas que le hicieron morir en la cruz, le hacen vivir en el cielo. Por un secreto admirable, son una de las causas de su vida como fueron antes causa de su muerte. Llagas mortales e inmortales de Jesús, según sus diferentes condiciones. Llagas vivas y causa de alegría en el cielo para los espíritus bienaventurados, pero sangrantes y causa de dolor en la tierra para las almas que participan de ellas. De esta manera, estas llagas, que dan en el cielo alegría a Jesús, causan dolor, en la tierra, a Magdalena. Pues Él se la aplica no como gloriosas, sino como dolorosas, y se imprime Él mismo, en vos, oh alma santa y sufriente, para arrastraros a un sufrimiento más grande. En vos se imprime como sufriente y lleno de dolores, tal como nos lo pinta su profeta cuando le llama varón de dolores (Is 53,3). Y os hace llevar una parte de la cruz, interior, espiritual y divina, que su divina alma llevó en la cruz para vuestra salvación y gloria de su Padre.

¡Acordaos, oh Magdalena, que estuvisteis al pie de esa cruz! Allá todo era cruz en Jesús: su alma, su cuerpo, su dignidad, todo estaba en cruz y todo estaba marcado por la cruz. Se le había proclamado rey, y en calidad de tal estaba coronado, pero coronado de espinas. Su título y su persona amarrados a la cruz; por eso sus mandatos son mandatos de cruz. En la cruz, en calidad de rey y rey de vuestra alma (pues el título decía que era rey de los judíos), como rey de vuestra alma según el título de la cruz, y por vuestro amor, Él estaba en su trono; vos a sus pies. Desde allí dio un mandato para vuestra alma; mandato de crucifixión, pero de crucifixión preciosa, sublime y singular, que los judíos no pudieron ejecutar, que los ángeles reverencian y admiran y que es tan santo y tan divino que, en su tiempo, se cumplió en Él mismo. Como es Él mismo quien lo ordenó, vos cumplís ahora ese santo mandato en este desierto, y Jesucristo actúa en vos, proporcionalmente a como el Padre actuaba en Él en la cruz. Os comunica una parte de sus dolorosos sentimientos y de sus impresiones santas que, en otro tiempo, fueron impresas en Él por el Espíritu del Padre.

El eterno Padre realizó milagros visibles en la naturaleza corpórea en el cielo y en la tierra, en el sol y en la luna, en el rasgar el velo del templo y en el romper las piedras. Milagros de dolor, pero en la naturaleza inanimada; milagros para honrar los dolores corporales y los sufrimientos externos de su Hijo. Pero hizo también otros milagros interiores: milagros de dolor visible para los ángeles, invisible para los hombres; milagros para honrar los dolores internos y los sufrimientos secretos y divinos del alma de su Hijo. Estos milagros eran el estado y el ejercicio del alma de la Virgen y la vuestra, al pie de la cruz, viendo sufrir y morir a vuestro amor y vuestra vida. Pero aquello no fue más que gustar este cáliz. El apurarlo enteramente quedaba reservado para otro tiempo. Y este tiempo es para vuestro espíritu el tiempo de este desierto, y en esta santa soledad; éste es uno de los principales estados y ejercicios que Jesús concede a vuestra alma para que tengáis en la eternidad tanta parte en Jesús glorificado como habéis tenido en la tierra en Jesús crucificado».

  1. Escuela de tres clases de amores a Jesús

«¡Oh feliz alma por vivir así, por morir así, por sufrir así en este desierto! ¡Oh feliz desierto por tener y poseer tanto tiempo a tal alma! Este desierto es una escuela de amor, y para Magdalena, una escuela de muchas clases de amor.

a. Entre ellos distingo un amor que separa, pues Jesús está en el cielo, Magdalena en la tierra.

b. Distingo un amor que crucifica, pues Jesús se une a ella como crucificado y, lo que es más aún, se une a ella como crucificador. Propio del amor y del espíritu de Jesús crucificado es crucificar así a sus almas más queridas. Y la Magdalena lo recibe en su doble cualidad, es decir, como crucificado y como crucificante, y lo abraza con todo el poder de su alma, como si fuera más amante que la esposa de los Cantares, cuando con menor motivo tarda en recibir al amado.

c. Pero todavía distingo en este desierto un tercer tipo de amor, un amor incomparable, un amor que supera y corona los dos anteriores amores, un amor que acaba con su desierto y con su vida. Es un amor arrebatado por la contemplación de Jesús, pero no crucificado, sino glorificado. Amor que la consume, que la arrebata y la arrastra del desierto al cielo y de la cruz a la gloria. ¡Oh alma! ¡Oh desierto! ¡Oh vida! ¡Oh cruz! ¡Oh amor! ¡Oh gloria!».

  1. Hermoso programa de vida

La muda piedra del altar les recordará siempre esta escuela del triple amor y las debe enardecer a dejarse enseñar por aquella que mereció estar al lado de María al pie de la Cruz.

¡Qué sea siempre un signo de distinción de estas Hermanas, el destacarse en el amor que separa, en el amor que crucifica y en el amor que glorifica!

La Virgen no dejará de ayudarles nunca, como Madre y Maestra, en que vivan en el amor de Jesús.


[1] PIERRE DE BÉRULLE, Discursos y Elevaciones, BAC, Madrid 2003, 234-242.